Saúl Peña Rosas [i]
El Contador Prudencio López es un tipo un tanto introvertido pero muy trabajador, con su 1.60 de estatura y su delgada figura, está acostumbrado a recibir indicaciones y cumplirlas cabalmente.
Su padre, un marino retirado, lo educó así, siempre exigiéndole levantarse temprano y ser el primero en llegar a cualquier lugar donde tuviera que presentarse.
Tanta es su devoción a la puntualidad que su habitación cuenta con 15 relojes, algunos de pared, otros despertadores que le recuerdan lo importante que es llegar a tiempo.
Suele asistir anticipadamente a todas sus citas. Para él no hay mejor muestra de respeto hacia los demás, que el presentarse con antelación a cualquier compromiso por menos importante que parezca. Prudencio maneja un lema que le fue heredado por su padre; lo lleva al pie de la letra «No juegues con el tiempo de los demás».
Su puntualidad y dedicación al trabajo hizo que muy pronto obtuviera un puesto importante en la empresa de seguros para la cual trabaja. Es gerente del archivo de pólizas de gastos médicos mayores. Tiene a su cargo a 20 empleados que saben perfectamente que llegar tarde, es una de las mayores ofensas para su jefe.

Su rutina es básicamente, levantarse ducharse, vestirse, arreglarse, llenar su termo de café y conducir su vehículo compacto hacia el trabajo. En cada semáforo rojo, le da un sorbo al café, para cuando arriba a la empresa ya lo ha terminado. Siempre está una hora antes y prácticamente no tiene hora de salida, ya que regularmente es el último en abandonar las instalaciones.
Su puntualidad también ha sido la causante de su soltería, ya que se rumora que no ha sido capaz de mantenerse en una relación porque las ha concluido cuando sus parejas han llegado tarde a alguna cita.
Dentro de las relaciones laborales ha recibido varios exhortos por parte de sus superiores para que respete el horario de trabajo y sea menos severo con su personal. Sin embargo, él siempre busca la manera de justificar su extrema puntualidad. Sus superiores lo han tolerado porque ha dado buenos resultados, y por supuesto, nunca se ha atrasado en lo que le encomiendan, porque cuando él sabe que tiene que entregar resultados, así se quede toda la noche, entrega todo en tiempo y forma.
Puntual, puntual, puntual es la palabra que replica por su mente imaginando muchas veces que algo puede pasar y le impida no llegar a tiempo.

Sus peores pesadillas tratan, de que al despertar por la mañana y querer levantarse de su cama, sus piernas no le funcionan y le ocasionan llegar tarde al trabajo. Se despierta sudando con la respiración agitada y con los ojos llorosos.
El gran problema que se desprende de la peculiar manera de actuar de Prudencio, es qué es poco tolerante con sus subalternos cuando llegan tarde, y aunque la empresa maneja tiempos de tolerancia, él busca la manera de castigarlos.
Cierta ocasión Felipe Barragán, el encargado de manejar las impresoras de pólizas, llegó 16 minutos tarde, la tolerancia es de diez, Prudencio lo regresó enseguida, no sin antes, haberlo exhibido con el resto del personal. Felipe le explicó que muchos empleados de la compañía, habían llegado tarde debido a una descompostura en el transporte subterráneo, pero esto no fue suficiente y fue al único trabajador que regresaron aquel día, mientras que en otros departamentos sí les permitieron laborar. Felipe, por no querer ser blanco de ataques por parte de su jefe, aceptó y se retiró.
Cuentan que otra ocasión, Blanca Mendoza, la secretaria particular de Prudencio, la cual lo conoce a la perfección, le pidió permiso de llegar una tarde, debido a que tenía que asistir a una junta en la escuela de su pequeño hijo. Ella llegó dos horas después argumentando que la junta se había extendido, y aunque llevaba un justificante firmado y sellado por el personal docente del colegio, explicando el motivo de la tardanza, no le sirvió de nada porque Prudencio la regresó.
Obviamente ella acató la indicación, porque sabía de sobra, que contradecir a, su jefe sería motivo de un constante hostigamiento laboral que quiso evitarse.
Prudencio siempre se jactaba de decir, «desde que se inventaron los pretextos se acabaron los p…” Simplemente para él no hay excusa que valga, es un obsesivo compulsivo que daría su vida por el trabajo.
También tuvo problemas con don Zacarías Pardo, un trabajador que lleva más de treinta años en la empresa. Dicen que llegó tres minutos tarde, motivo suficiente para que Prudencio se echara sobre de él. Pero esa ocasión don Zacarías acudió al sindicato y Prudencio fue fuertemente reprendido.
Los rumores de pasillo se centraban en la gran proeza de don Zacarías, por fin hubo alguien que lo puso en su lugar. Pero a Prudencio esto le hizo lo que el viento a Juárez, ya que buscó la manera de seguir controlando a su personal de manera rigurosa y con la permisividad de sus superiores.
Muy pronto Prudencio tuvo que aprender una de las lecciones más grandes de su vida. Finalmente todos tenemos un talón de Aquiles.
Se venía el reporte anual y con éste, la exposición de los resultados en una sala de juntas, frente a los más altos directivos de la aseguradora. El Doctor Arnulfo Tejeda, jefe de Prudencio, le advirtió de la siguiente manera: “Prudencio, la semana entrante es la junta con los directivos, confío mucho en que estarás a tiempo y con un reporte inmaculado, recuerda que sólo tendrás diez minutos para exponer».
Desde ese momento, todos los días Prudencio ensayaba sus líneas para saber qué decir ante sus jefes. Su reporte estaba listo, desde antes que se lo pidieran.
Con el paso de los días, el corazón se le quería salir del pecho, sus nervios eran tantos, que ya empezaba con un tic en el ojo derecho. La cafeína diaria lo hacía cada vez más tembloroso, a veces tartamudeaba y por ahí cuentan que hasta se soltó del estómago un día antes.
Pero Prudencio, acostumbrado a ser anticipado, planeó todo a la perfección, tenía que estar a las 09:00 de la mañana el día del informe. Así que inició su rutina diaria, sólo que esta vez sus relojes despertadores sonaron a las 04:00 horas.
Salió de la cama, se duchó, se vistió, se arregló, llenó de café su termo y salió justamente a las cinco de su vivienda.
Conducía su vehículo por una avenida principal cuando de repente un caballo se atravesó y Prudencio lo embistió, el pobre animal quedó tirado en el asfalto.
Él, un tanto aturdido, se bajó del carro para ver qué es lo que estaba pasando. Antes de verificar si no había sufrido alguna herida, revisó su reloj, y dijo en su interior: ¿Qué hace un caballo suelto en la ciudad? No importa, tengo mucho tiempo de sobra.

Para ese entonces ya eran las cinco con treinta de la mañana.
El dueño del caballo finalmente se hizo presente, explicó a Prudencio que su animal se había escapado de las caballerizas que están cerca del rancho Las golondrinas, y que llevaba casi toda la noche buscándolo.
Enseguida llegaron dos oficiales en una patrulla y empezaron el interrogatorio.
—A ver dígame joven qué fue lo que sucedió, porque ya viene para acá personal de la Sociedad Protectora de Animales.
A lo que Prudencio contestó.
—¿Cómo dice? Si el animal se atravesó, por poco y me mato, ¿ahora resulta que voy a ser el responsable de una situación donde el perjudicado soy yo?
Los oficiales, así como el dueño del caballo se quedaban mirando al pobre animal que ya no daba signos de vida. El oficial insistió.
—Mire joven si no llegamos a un arreglo lo voy a tener que pasar al Ministerio Público por maltrato animal.
Prudencio muy enojado le contestó.
—¿Está usted loco? Que no ve que se trató de un accidente producto del dueño irresponsable que dejó que su caballo escapara de su hacienda. El dueño enseguida replicó.
—Momento caballero, mi caballo es un animal bien portado, estoy seguro de que usted odia a los animales y se le echó encima.
Prudencio no podía creer todo lo que estaba escuchando, así que intentó llevar a la cordura a quienes lo señalaban de haber hecho un acto imprudente.
—Por favor señores, qué es lo que pretenden, sí no es para nada común que un caballo se atraviese a esas horas de la mañana en una ciudad como esta.
Para ese momento el reloj marcaba las 07:30.
Los alegatos se hicieron más largos, así como el tiempo. Cuando volvió a mirar su reloj ya eran las 08:10 y decidió llamar a su jefe para explicarle lo ocurrido.
Busco su celular de entre sus ropas, pero recordó que lo había puesto en el tablero del vehículo. Se dispuso a sacarlo cuando se encontró con la escena más desgarradora frente a sus ojos.
El celular estaba en el piso del carro en medio de un gran charco de café. Durante el choque el termo y el teléfono móvil habían caído en el mismo sitio, dejando inservible el aparato.
Eran ya las 08:50 y estaba por comenzar su verdadero calvario. Como pudo, llegó a un arreglo, quedando como responsable de la muerte del caballo.
Encendió su carro y condujo hasta su trabajo, ya eran las 09:30.
Cuando llegó se metió sigilosamente a la reunión, ya el tiempo de su participación había terminado.
Su jefe, sabiendo que Prudencio era incapaz de llegar tarde, trató de argumentar a los directivos que había una muy buena explicación a su retraso.
Cuando Prudencio por fin tuvo oportunidad de hablar inició ofreciendo disculpas, diciendo.
—Perdóneme todos, pero de camino hacia acá, choqué con un caballo y fue la causa de mi demora.
Antes de que pudiera continuar el presidente de la empresa se levantó de su asiento, caminó unos pasos alrededor de la mesa, acomodó su corbata y dijo en tono irónico.
—He escuchado muchas excusas en mi vida profesional, pero esta es la más absurda que me han dicho.
—No habrá oportunidad para usted de presentar su reporte, canalícelo con su jefe inmediato, para que él lo presente en mi oficina.
Así, sumamente molesto el presidente de la compañía remató diciendo. —¡Caray¡ desde que se inventaron los pretextos, se acabaron los p…
[i] Saúl Peña Rosas es Licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Autor de diversos relatos y su primera novela El día de tu muerte.
Hola a todos:
Rayos¡¡¡, lo más insólito, nos puede pasar, pero cuan flexible puedes ser?, quién tiene la receta del equilibrio?, ni muy muy ni tan tan, dice el viejo Adagio, creo que la disciplina es la base del éxito, pero cuanta y hasta que punto debemos usarla, la respuesta es: hasta donde te permita conseguir el hierro que no te haga chocar con un caballo y si sucede alguien te ayude, jajaja, buena reflexión.
Saludos
Muchas de las veces nunca nos damos cuenta que le damos más importancia, el querer quedar bien con la demás gente sin importar que solo perdemos el TIEMPO, en ver cómo sobresalir Acosta de los demás y causamos daños irreversibles por estar en la sima ,y solo lo que perdemos son momentos de felicidad con la familia,amigos . Es muy cierto lo que dices EL TIEMPO VIENE , EL TIEMPO VA . Y nunca le ganaremos , solo hay que vivir POCO A POCO , Sin preocuparnos
La obsesión por algo a veces es muestra de nuestros propios complejos. Lo peor es cuando hacemos partícipes a los demás, sin deberla.
Hay que ser responsables pero no exagerados, uno no sabe cuando puede fallar.
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