"Buq"

Fortuna negra

El buque de Lisboa a Veracruz. Encadenada, vio otros negros y otras negras, de lenguas distintas.

Carmen Ros [i]

Cuando llegó a Acapulco, aún tenía el nombre de Wamba y, mientras lo tuvo, cuántas veces la arrebató el deseo morir. Furiosamente, con desesperanza y también vencida.

La primera vez. Una cáfila de renteiros negros la capturó, no pudo escapar como los otros, los de su aldea. Hizo enjaulada la travesía hasta una mazmorra.

La segunda vez. La obscuridad y la pestilencia del navío que la llevó a Portugal. Laceraciones en el cuello y los pies, la tortura de los grillos. El estómago de arriba abajo, una vasca detrás de otra.

La tercera vez. El buque de Lisboa a Veracruz. Encadenada, vio otros negros y otras negras, de lenguas distintas. Lloraban hasta los más corpulentos, de músculos rabiosos. Las mujeres, a unas todavía les brotaba leche, sus hijos habían sido entregados a unas monjas, antes de que a ellas las subieran al navío.

La cuarta vez. De Veracruz a Acapulco. Un comerciante la compró para revenderla en el puerto del Pacífico. Le calculó doce o trece años. En carro tirado por mulas y a punta de caminatas atravesó cordilleras y serranías. En el mercado de esclavos dijeron que era invencible, que, en las aguas del Atlántico, la luanda había atacado a otros negros con heridas supurantes en las encías, pero a ella no la había tocado. Tenía los dientes completos, macizos, blancos como maíz blanco. Sin manchas ni rompeduras. Salud de fierro. No, de oro. Fuerte la niña negra para obrajes o para limpiar el campo, o para servir en casa. O para las minas, en unos años.

Don Hernando de Mendiola fue quien la compró, por cien pesos de oro común, además de cuatro negros orientales que habían bajado de la Nao de China. Tomaron veredas y caminos rumbo al norte, no lejos del reino de Nueva Galicia. 

El amo fue su padrino de bautizo, le escogió el nombre de Mariana y ella estuvo conforme. Al pie de la pila bautismal, la negra divisó la figura de un niño de porcelana, en un nicho de madera y vidrio. Don Hernando le dijo que era el Santo Niño de las Confianzas. “Encomendaros a esa criatura, es el mismísimo Dios que, para regalo de los cristianos, se hizo hombre y vos sois ya cristiana, pedid por vuesa salvación, Mariana”. La esclava se arrodilló, como había visto que lo hacían en tierras de bautizados, y le pidió al dios infante que le diera motivos para desear la vida.

Fotografía: Cuadro de Hernan Nauwincx (1624), El bautismo. expuesto en el museo de Louvre, Francia. Archivo de Imagen 99

Eso fue cerca del Camino de las Platerías, en San Luis de la Paz, antes de llegar a la hacienda de San Diego del Biscocho, una merced del virrey don Rodrigo de Pacheco y Osorio, para el amo.

Más negra y sabrosa que un higo de Extremadura, la requebraba don Hernando, que tenía abundancia de canas y mucha más de arrugas. Negra de luces en el pensamiento, él le repetía y Mariana, ya con dos hijos del amo, enredados en sus enaguas, se henchía de aplomo en su desvelo por la defensa del Biscocho. Un indio de lengua otomí —de los que habían llevado unos frailes franciscanos a fin de poblar la hacienda— había prevenido a la negra en contra de unos mentados guachichiles, más demonios que bestias, soltaban unos como resuellos cerdosos, enriscados, como si fueran hijos de coyameles y pumas. Chichimecas del peor pelaje. Desollaban lobos y coyotes lo mismo que indios, españoles, castizos y negros. Arrancaban la piel a gente viva. Para guardarse de esos chichimecas —agregó el otomí— oír misa y recitar plegarias a San Luis de poco valía. Era de más servicio pagarle a otros que él trataba, hablaban su misma lengua y estarían prestos a entablar combate. La negra recordó que de su aldea alguna vez fueron a buscar guerreros aliados a otra aldea. Los recompensaron con pieles y flechería.

Fueron tantas y con tan buen ordenamiento las razones que Mariana expuso, que don Hernando aceptó costear a los indios que defendieren su hacienda, cuanto más que hubo frailes que habíanle dado aviso de los sanguinarios chichimecas. Ella intervenía, cuando él —que había pertenecido a la infantería en los Tercios de Flandes, campesino hecho soldado atraído por la paga,— arreglaba en voz alta y en papel, la estrategia, las posiciones de los arqueros y de las huestes con picas forjadas para la ocasión. Era larga la cuenta de audacias que salían de la industriosa imaginación de la negra. Unas maravillaban al amo por el gran tino y otras, las que ponían de ánimo jocoso a don Hernando, eran zarandajas dichas con la gravedad de un capitán.  

 Mariana —que para ese entonces, ya se hacía entender en otomí y el castellano poco se le trababa— entró en parlamentos con indios de esa lengua, les hizo la oferta: degüello de guachichiles y labranza de la tierra, a cambio de un jornal y la merced de levantar jacales en la hacienda. Cerca de las Cuevas del Cubo, vio pasar una caravana que iba hacia las minas zacatecanas, llevaba esclavos. Mariana compró catorce negros, de cuarenta enjaulados. Escogió los más escuálidos y secos, y dos que renqueaban, se les había roto una pierna y un tobillo. Pagó sobreprecio con tal de acelerar el negocio. El comerciante negrero, si bien juzgó sospechoso y aberrante que una negra fuera la compradora, se embulló gustoso de que desembolsara tan alto precio por mercancía tan mala.  Antes de subir a la sierra, Mariana les prometió a sus negros que, si arrasaban con los chichimecas, les daría parte de las ventas de trigo de la hacienda, con eso podrían comprar su liberación. La muerte o la libertad, les dijo. Bien sabía Mariana lo valioso de su ofrecimiento.  

Hubo emboscadas, ataques, aullidos, regueros de flechas, estruendos de pólvora, y Mariana —apostada en la copa de algún huizache o en la techumbre de la propiedad de Don Hernando— sopesaba el acaecer de las batallas y a gritos azuzaba el furor de sus tropas. El balance era a su favor: de entre los pedregales y mezquites de la serranía, los zopilotes engordaron el buche con los cuerpos sangrados de aquellos guachichiles. El otro haber de la cuenta contable, estaba en que la negra le había parido cuatro hijos en total a su amo, cuatro niños esclavos de su vetusto padre. En San Diego del Biscocho no faltó quien sospechara que don Hernando bebía toloatzin en el chocolate que la negra le servía. La voluntad del amo le pertenecía a ella. Pruebas sobraban. A sus hijos —que les había negado su apellido, consejo del franciscano que los bautizó, por prevenir si en el futuro don Hernando tuviera legítimo linaje, de legítima esposa española— les otorgó carta de libertad, y aunque a Mariana se la negó, declaraba que no se casaría con otra, aun si ella concediera. Nadie ignoraba en los alrededores que la negra era su diosa de la fortuna, la que había hecho crecer los rebaños de ovejas, el número de las fanegas de trigo y de maíz, la que caló cultivar viñedos sin pedir licencia, y hubo vino en la mesa del amo — vino más noble que bueno— pero se escanciaba en las señoriales mesas de Guanajuato, y en otras de menor alcurnia.

Sobradas eran las razones de Mariana para haber mandado construir una capilla al Santo Niño de las Confianzas.

Pero apenas quedó viuda, la negrura de Mariana resaltó en los tribunales del Santo Oficio. Don Lázaro Sáenz de Mendiola, alférez real, reclamó la propiedad de su tío, don Hernando, muerto de fiebres cuartanas, sin testamento ante el notario parroquial. Supo —se lo dijo el fraile que oficiaba en la capilla del Santo Niño— que don Lázaro había declarado que Mariana había entoloachado a don Hernando, y que los hijos de ella no eran del señor su tío, que bien visto estaba que tenían el color tan quebrado como la negra, que vástagos serían de un íncubo con la piel oscura. El fraile también escuchó cuando el procurador le anunció al alférez que perdiera cuidado porque ¿dónde se había visto que una hechicera africana, se enseñorease en tierras evangelizadas?

La negra vislumbró que el poderosísimo Santo Niño de las Confianzas se había tornado antojadizo y que ahora la abandonaba. Entonces caló en su memoria haberse llamado Wamba.

[i] Carmen Ros, escritora mexicana. Dra. en Letras modernas, docente e investigadora sobre temas de literatura y creación literaria. Autora de novela, cuento, crónicas, relatos, ensayo y textos periodísticos.

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6 comentarios en “Fortuna negraAñade los tuyos →

  1. Me pone la piel chinita los relatos empaquetados de verdades dolorosas, como la esclavitud. Lo encontré doloroso, pero disfruté la historia. Es una alegría inmensa saber que la autora fue mi maestra. Gracias por tanto, profesora Carmen.

  2. Profesora,

    Me gustaría saber de donde sacó la historia. Es fascinante. Tal vez yo pueda ser descendiente de esa mujer. Tengo varios años investigando mi árbol genealógico y no he descartado la posibilidad de ser descendiente de Hernando de Mendiola. Según el estudio que hice de ADN yo tengo linaje de Africa.

    Le agradezco su tiempo y espero que me pueda responder.

    Alba Mendiola

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