Señoras religiosas

Pues no lo llevaron con un exorcista, pero sí con un padrecito. Un padrecito psicólogo. Ese día me enteré que los padrecitos no nada más violan niños sino que también le hacen quesque al estudio.

Ignacio Izquierdo Rivera [1]

P¡nches señoras religiosas, están por la v3rga. Por culpa de una de ellas tuve que decirle a mis papás que era j0to. No estaba en mis planes, no hasta que tuviera un plan B, por si cualquier cosa salía mal. Uno tiene que ingeniárselas. Es parte del protocolo.

Tenía que tener en mente un sitio a donde caerle por si a mis papás se les zafaba el tornillo y me mandaban a la v3rga, no literalmente -no a la que me gusta-, sino en sentido figurado. Bueno fuera.

Tenía diecisiete años. Eres p&to o no, me insistió mi papá, ¡qué bisexual me decía!, ¿esas m4madas qué?, ¿vas a tener novio y novia al mismo tiempo?, me decía.

No era bisexual. Eso es lo que todos decimos al principio para que la cosa no sea tan çu1era. Y pues sí, si era j0to, p&to no. No me gusta la palabra p&to. Está desvirtuada, no significa otra cosa que no sea homofóbica. J0to me gusta, j0to nos gusta a los j0tos, la hemos hecho nuestra.

Mi mamá lloró un ch¡ngo. Les intenté explicar qué pedo. Que no quería ser mujer, ni me quería hacer mujer. ¡Qué no!, no me tenía porque “dar sida”. Que era un hombre al que le gustaba la v3rga, digo, los hombres, y ya. ¿No será que sientes admiración por los hombres? Me había preguntado mi jefa, como negándose. No mame, jefa, ¿cómo voy a sentir admiración por los hombres?, ¿qué no ve que casi todos son bien çu1eros? Que les diera tiempo, me dijeron. El chiste es que no me echaron de la casa.

Fotografía: archivo de Imagen99

Yo creo que no fue tan sorprendente para ellos porque más bien se hacían medio p3ndejos. Así pasan a veces las cosas. Creo firmemente que eso de salir del closet con los papás es una cosa de ruleta rusa. O sea que hay de dos: o te va bien ⎯que nunca es bien al cien por ciento, sino relativamente bien⎯ o te va de la ch¡ngada. Como a mi amigo Moises. A él le tocó bien çu1ero. Uno se las huele siempre de que lado va a caer la moneda, si del chido o del çu1ero, dependiendo de cuánto conoces a tu familia. En ocasiones todo pasa contra pronóstico, como en mi caso, que juraba que mi papá me iba a m4drear y a echar a la calle; y otras veces pasa igualito o peor de lo que uno se imagina. Así le pasó a Moises. Sus papás eran católicos, pero c4brón, a niveles estratosféricos. Nomás pa’ dar una idea: su jefa era de las que organizaba el tour del niño dios más grande del mundo. Un p¡nche niño dios gigante. Si de por sí los niños dios siempre parecen tener un tamaño anormal, en comparación de María, José, los pastorcitos y los reyes magos, ahora imagina uno gigante, de metros. Un niño dios gigante, güero de ojitos azules.

Mis padres se enteran y me llevan con un exorcista ⎯me había dicho Moises una vez en la prepa.

Pues no lo llevaron con un exorcista, pero sí con un padrecito. Un padrecito psicólogo. Ese día me enteré que los padrecitos no nada más violan niños sino que también le hacen quesque al estudio. ¡Hu3vos qué!

La fe de los señores no les permitía echar a Moises a la calle, pero estoy seguro que ganas no les faltaban. El pobre morro apenas dormía desde ese día. Una desgracia. Çu1ero el asunto.

Fotografía: archivo imagen99

P¡nches señoras religiosas. Fue la mamá de Moises la que le echó el chisme a mis papás. Todo porque el p3ndejo de Moises había soltado la sopa también sobre mí durante el interrogatorio. Al p3ndejo le habían cachado sus revistas de viejos encuerados que compraba en zona rosa. ¿A quién le echó la culpa? A mí. Que me las estaba guardando. Que yo era una mala amistad, había concluido la señora. Las malas amistades. Yo era de esas malas amistades para Moises. Las malas amistades que te van a hablar de sexo. Las malas amistades que te van a ofrecer alcohol. Las malas amistades que te van a hacer HOMOSEXUAL.

Rezaré un rosario por Moises -⎯les había dicho la señora a mis papás⎯. Luego de darles la terrible noticia en la entrada de mi casa, hasta les había dejado un libro que se llamaba Mi hijo es H O M O S E X U A L, ¿Y AHORA QUÉ HAGO? Pues nada, p¡nche v¡eja, qué va a hacer,. m4ricón uno es. ¡Qué le valga v3rga!

P¡nches v¡ejas religiosas, les encanta rezar rosarios, es como su deporte. La mamá de Moises era de esas personas que se saben el rosario de pi a pa, con todo y las partes cantadas. Torre de David, Casa de Oro, Mis Hu3vos Santos. P¡nches m4madas. Lo bueno es que mis papás no tenían tan metida esa onda religiosa. Sí iban a misa y todo, de vez en cuando, claro. Bautizos, confirmaciones, bodas y eso, sí. La v¡rgencita en la sala y acá. Pero hasta ahí. Creyentes de lejitos, igual que en la política. Mi papá veía las noticias y mandaba a la v3rga a cualquier político que saliera en primer plano. Pan¡stas, gracias a Diosito, no eran. Tampoco eran de izquierda, porque cualquier cosa ligeramente progresista les parecía mal, aunque tampoco llegaban a nivel de parecer una caricatura de un republicano gringo de esos que ven comunismo en cada rincón. Y, por fortuna, igual que cualquier mexicano que se presuma de tener un mínimo de decencia, repudiaban al PR¡.

Entonces me fue de la v3rga, sí, y no, y sí a la vez.

Todo eso pasó en vacaciones, por lo que no pude ver a Moises en varios días ni comunicarme con él, porque claro, su mamá le había prohibido salir y le había quitado su celular. P¡nche Moises, todavía me da un ch¡ngo de coraje. Siempre se me hizo bien p3ndejo que sus papás no se hubieran enterado desde antes. Si existieran las olimpiadas de hacerse p3ndejo, los papás de Moises ganarían y por mucho. Porque Moises era, bueno, una diva en toda la extensión de la palabra. No había nada, ni tantito, de rastro de masculinidad en su ser. Allí no aplicaba la de “no se te nota”, ¿cómo que no se me nota? ¿qué se supone que se me debe de notar? Pero si alguien decía que Moises era hetero, nomás por decirle, se c4garía de risa y las carcajadas se escucharían hasta Marte. Moises estaba en otro nivel en la vida. Cada paso que daba era una declaración de intenciones.

Cada milimétrico movimiento era un acto de rebeldía. Era el anticr¡sto personificado para cualquier señoro pan¡sta, para cualquier señora religiosa. Un héroe de batallas. Era fabuloso. Yo, en cambio, era más bien gris. Ahí equis. Ni tan de allá, ni tan de acá. Sí le j0teaba, por su puesto, sobre todo cuando estaba con Moises, pero no era algo que me saliera tan natural como a él. No dominaba tan bien el fino arte de la j0tería. Pero pues qué le hacía. Ese era yo. Javier, para servirle. Ni feo, ni de los guapos. Ni un p3ndejazo ni tampoco el matado del salón. Mero en medio de todo. Así que lo mío era dejarme llevar.

¿Qué puedo decir sobre crecer? No tengo idea, sólo sé que pasa. Un día desperté y ya no tenía diecisiete años. La juventud se me había empezado a ir, pero no los recuerdos, no, esos perduraron.


[1] Ignacio Izquierdo Rivera. Con escasos 28 años es autor de cuentos, relatos y de la novela Ladrones de Alebrijes. Entusiasta del cine, el arte y la literatura.  

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