"Balam"

Balam

…el jaguar de la selva maya, Balam, ahora está en tu pelvis y es lo único que importa…

Mari Cruz Tapia [i]

Desde el primer viaje a Guadalajara el tatuaje te invocó, te hizo volver y ser una con él. Concretas una cita con Tata Muriño. El diseño es preciso y elegante. Cuando lo ves sobre tu piel lacerada a través del espejo, sientes que le perteneces. Lo palpas despacio, la piel arde, pero es delicioso, tu propio tacto te erotiza y el contorno de la tinta se siente extraño.

No piensas en eso, el jaguar de la selva maya, Balam, ahora está en tu pelvis y es lo único que te importa.  Mientras escuchas atenta las instrucciones para su cuidado, Tata te parece una hechicera con su cabello de selva, sus ojos de mirada profunda y esa mueca sin arrugas que oculta algo cada que te sonríe, incluso con su técnica para tatuar que ahora palpita en ti.

Son las tres de la mañana, ya no es raro que despiertes a esta hora maldita todos los  días desde que ese jaguar duerme en tu pelvis. Esta noche ha sido diferente, crees que por la vigilia lo observaste caminar sutil, dar un paso. Piensas que estás loca, que el ardor de la curación y la condenada comezón empiezan a torturarte más allá de la piel. Ya no piensas, el sueño te rige, necesitas descansar y te abandonas al ritmo de tu respiración. No duras mucho tiempo dormida y despiertas adolorida, con la piel roja como si algo te arañara la pelvis.

Composición digital, imagen99

El jaguar efectivamente se mueve, no sabes cómo actuar, un shot de adrenalina te recorre las venas, te electrifica. Toda tú ardes y sientes su andar hacia tu pecho. El jaguar ruge, lo ves caminar como en cámara lenta por tus costillas, está cazando tu alma a través de la piel. Ya no piensas si es real o no, sus garras te duelen, es lo único que sabes. Gritas, pero nadie escucha… Recuerdas entonces la leyenda del brujo de Catemaco que a través de los tatuajes, les devoraba la esencia humana a las jóvenes para no envejecer y que gracias a la leyenda oral de él, quedó atrapado para siempre en ella.

Estúpidamente  prendes la laptop, escribes. . . Comienzas con un “Hace mucho tiempo en el ombligo del mundo, surgió una gran heredera a la magia zapoteca en el poblado de Iztcoatl, un lugar apartado del propio México. Mariana como en verdad se llamaba, se había cambiado el nombre a Tata, creía que el alma de su abuela vivía abrazada a la suya y debía honrarla…” A la par de tus palabras el jaguar camina con parsimonia por el sendero de tus cervicales como si escalara una montaña, se está tomando el tiempo contigo. Las piernas te pesan, la cadera te pesa, la madrugada te pesa. Sigues escribiendo “…la magia de Tata, fue confinada en un cuento oral de aquel poblado para que nunca más pudiera chuparse las almas de los escribas, hasta que un día la invocó una niña…” Ni siquiera necesitas mirar al jaguar, además lo has perdido de vista, sientes como te está cazando a través de la selva que es tu cabello, se abrió paso por tu cuello… Las palabras se te terminan, tus párpados ya no aguantan, quieren cerrarse, pero luchas, ya casi llegas al punto final. “…hasta que otra mujer la vuelva a encerrar, Tata seguirá comiéndose el alma de aquellos tocados por sus trazos huicholes.”

Y lo logras, la encierras en ese punto final. Todo se te nubla, escuchas el rugido de Balam por última vez y al parpadear crees ver esa sonrisa de Tata, una mueca que revela su oscuro secreto…

[i] Maricruz Tapia, aspirante a editora. Estudiante de Creación literaria en la UACM. Autora de algunos cuentos y poemas, caótica lectora y fanática de la lluvia.

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