Riesgos y reflejos virtuales

Yo nunca me imaginé verme dentro de la era digital. Es más, me rehusaba a tener celular. En ocasiones pensé que la tecnología solo era parte de la ficción. Sin embargo, hasta he llegado a imaginar verme en la película llamada Videodrome de 1983, esa adaptación de la novela William S. Burroughs,

Humberto Nava Ocampo [1]

Me encuentro sentado en una vieja silla de oficina que tengo en mi departamento. Está mutilada. Tiene un asiento que lo he remplazado por una almohada. Me acomodo, espero y respiro. Enciendo la computadora. Tengo 15 minutos para ingresar a Meet.

Veo mi rostro en el monitor y pienso, ¡qué chingados tendré que hacer para salir del paso con las nuevas aplicaciones que ni a español suenan: Drive, Zoom, ¡Meet y otras tantas! Esta nueva modalidad que se implementó a partir de la pandemia es cada vez más común. Las cifras de la revista Forbes dicen que sólo en México, el Home Office, mejor dicho, el trabajo en casa o teletrabajo, creció de un 39% a un 68%. Recuerdo que yo solo manejaba Google para buscar información en Internet; el correo para cosas formales y el Facebook, pues, ya saben, solo para checar mi estatus social.

Hoy mis pies no dejan de moverse. Mis manos sudan y aunque el departamento está en silencio se escucha el golpeteo del tenis en el suelo. Hasta me bañe antes de conectarme para verme bien formal.

La Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH, 2020) reveló un aumento del 70.1%, en el uso del Internet con respecto al 2019, es decir, llegó a 80.6 millones de personas usuarias.

Antes de la “reunión”, le pregunté a mi compañera de equipo sobre cómo funciona la nueva plataforma. Asesorado por Whatsapp, ella me explicó que debía vincular mi celular a la computadora. Después de lograr está hazaña, llegó el vínculo y en segundos ya estaba en una reunión de trabajo.

Esta es mi primera junta de modo virtual a través de Google Meet, versión alterna de Zoom y Skype. Ahora puedo realizar videoconferencias en vivo, aunque a veces hay problemas por la sobresaturación en la red. Esta vez Meet era la plataforma que se debía utilizar por parte de mi trabajo. En ese momento, parecía que Meet tenía ventajas, comparativamente con Zoom, Meet no tenía un límite de tiempo y podía cambiar los fondos de pantalla para ocultar la parte de atrás, como en los foros de televisión, y así evitar una mala escena. Hay unos muy graciosos, por ejemplo, el que te hace ver dentro de una pecera y se puede apreciar cómo se mueven los peces al fondo. Cuando ya sabes más de esta aplicación puedes descargar una imagen o una nueva apariencia para tu pantalla y colocarla. Puede ser la de tu banda favorita, algo más irreal y futurista cómo carros que vuelan, drones entre humanos o para aquella gente normal y conservadora: un fondo de biblioteca o una estación del año para no desentonar con el exterior.

Ilustración. Humberto Nava

Yo nunca me imaginé verme dentro de la era digital. Es más, me rehusaba a tener celular. En ocasiones pensé que la tecnología solo era parte de la ficción. Sin embargo, hasta he llegado a imaginar verme en la película llamada Videodrome de 1983, esa adaptación de la novela William S. Burroughs, ‘El almuerzo desnudo’ en el que las nuevas tecnologías, el video, la televisión devoran y hacen que el ser humano dé un salto en su escala evolutiva para mutar en algo híbrido, en el receptor-transmisor de esas máquinas y esas formas de ver el mundo. O en esta otra imagen donde todos descubrimos ser cyborgs. Que espero solo sea un mal sueño. Es del cineasta Shinya Tsukamoto, que retrata la idea del hombre-máquina, más centrada en lo orgánico y menos en la mutación física, casi erógeno entre lo cárnico y lo mecánico. Metal y vísceras en el inicio de la que será una de las franquicias más extrañas y extravagantes del cine, el cyberpunk. Que refleja esa mirada en su película titulada “Tetsuo” de 1989.

En el fondo una premonición crítica de la realidad que nos reflejaba un futuro distante y falaz sobre lo que podría pasar en unas décadas con la revolución digital. Como en Matrix que nos enfrenta a la paradoja, donde el mundo que creemos real es el sueño inducido por un superpoderoso ordenador que domina la Tierra.

De nuevo en la junta. Se dieron algunas instrucciones del programa. Uno de los puntos importantes que señalaron fue el protocolo de seguridad. Aquí tuve que tomar otra actualización del porqué la aplicación expone la vulnerabilidad de los usuarios y de los términos de abusos que se pueden dar a través de la red.

Hasta ahora, todo esto ha sido nuevo para mí. Y aunque no mastico el inglés. Tuve que buscar las palabras o conceptos para saber de sus implicaciones, como el de Bombing o Bombardeo en español. En el cual el atacante accede a la videoconferencia haciéndose pasar por un participante legítimo. Mediante esta técnica pueden espiar las conversaciones y proceder a la extorsión. O el Grooming, traducible como engatusamiento: es la práctica de contactar a niños/as y adolescentes a través de redes sociales, blogs, chats, mensajería instantánea, juegos en red y conseguir imágenes, con el objetivo de sostener conversaciones de carácter sexua1 o intentar conseguir un encuentro personal. En la junta se relató una experiencia de este tipo, en una sesión con un grupo escolar, un sujeto ingresó a la sesión y no quiso identificarse. Repentinamente activó su cámara exponiendo sus gen1tale5. Las compañeras trataron de bloquear y censurar el hecho, pero, el sujeto en otras sesiones seguía accediendo con distintas cuentas para realizar el mismo acto.

Lo que me parece grave es que las nuevas tecnologías también implicarán nuevos problemas. Debemos analizar sus ventajas y desventajas para descifrar los nuevos códigos del mundo digital. Esto me hace pensar si la tecnología no dificultará aún más el relacionarnos de manera presencial. En fin, durante la reflexión de estos temores, hay algo que sí se hace evidente en el transcurso de la junta, tediosa y larga. Mi atención, involuntariamente, está en mi propio reflejo, si me veo bien, si alguien presta atención a mis movimientos, si estoy bien sentado o si el ángulo de la cámara, si la luz, etcétera.

ilustración generada con inteligencia artificial

Supongo que hay gente banal y ególatra a quien le gusta estar mostrando lo que come e incluso subir historias de qué es lo que hace durante el día. Cómo se hacen llamar los chavos de ahora “influencers o tiktokers”. Sin embargo, hay otras que aborrecen mirarse a sí mismas, según los expertos del Journal of Psychosocial Research on Cyberspace, vernos en la esquina de una pantalla es muy parecido a mirarnos en un espejo digital. Si te gustas, probablemente te sentirás aún más positivo si ves tu cara en la pantalla todos los días. Pero si eres autocrítico, esa tendencia también saldrá a la luz, especialmente durante este momento de contacto virtual, particularmente extraño y difícil.

El Psicólogo Gebben, menciona que las personas que tienen trastorno dismórfico corporal, un diagnóstico psiquiátrico que afecta entre el 1.7 y el 2.9 por ciento de la población general, que implica estar excesivamente preocupado por defectos reales o imaginarios, tienen más probabilidades de mirarse en el espejo y pensar negativamente sobre sí mismos.

Noté que la gente puede olvidar su postura durante la charla virtual. Y en cuanto nos empezamos a relajar, se pierde. Es en ese momento que percibo caras de sueño y bostezos de aburrimiento. De repente una imagen me salta, es uno de mis compañeros que sin darse cuenta que tenía encendida la cámara de su computadora de repente empezó a sacarse los mocos sin ningún pudor. El ruido de la ciudad que pareciera cotidiano se detuvo y cuando crees que todo es tranquilidad suena el clásico “Se compran colchones, refrigeradores, estufas o algo de ropa vieja que vendaaaann” para interrumpir la charla. Un sonido característico en las colonias o calles de la Ciudad de México y sus zonas conurbadas que anuncia el paso del antes llamado ropavejero. Hubo quien no aguantó y soltó la carcajada. O el que se relaja de más y asiste a sus actividades de home office en pijama, como el día que se me hizo tarde, estando en casa, y había que conectarse a una charla con mi compañera de trabajo. Me bañé, pero no me dio tiempo de vestirme, así que sólo me puse una playera y un boxer y entré a esa reunión. Aunque se corre el riesgo de que se te olvide y hagas un movimiento que evidencie tu situación.

Después de tantas indicaciones y reflexiones de esto que enfrentamos en esta nueva adaptación tecnológica y que parece ser una nueva etapa evolutiva, me deja como aprendizaje que aquellos que no estemos preparados para este cambio tan radical, empezaremos a ser parte de los nuevos rezagados tecnológicos. Quedarme pegado al monitor por tantas horas me hace preguntarme en todo momento, ¿esto será así para siempre? ¿Será que todo esto lo tengo que enfrentar solo o hay más personas que en este momento también se les complique esta modalidad online?

Solo queda estar preparados ante este nuevo presente. Un presente más desalentador donde la gente aprenderá a clavarse mucho más en la tecnología pero a su vez serán más distantes en el trato face to face (cara a cara), porque ahora, el único rostro que miramos a diario es el facebook que en vez de conectar, quizá ha desconectado más a las personas.

La reunión termina, se despiden todos y todas, apagando su ventanilla van saliendo de la sala. Cierro la sesión y apago la computadora.

[1] Humberto Nava Ocampo, alumno del taller de Periodismo Narrativo, herramientas para contar historias, impartido en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM), es pasante de Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Interesado en el aspecto cultural de la sociedad. Promotor Cultural y Tallerista en la secretaría de cultura de la CDMX.

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