El pequeñín

El Pequeñín fue el primero en enfrentar con ofensas a la policía, con gran desprecio me dijo: “puerco represor”

Saúl Peña Rosas [i]

Dentro de las múltiples experiencias que he tenido en esta corporación policiaca, a la cual me debo y estoy muy orgulloso de pertenecer, tengo presente una muy significativa en mi vida, y no por su grado de dificultad o peligrosidad, sino por el resultado obtenido.

En esos años tenía la responsabilidad de estar al frente de un grupo táctico especializado, encargado de intervenir en situaciones que requieren medidas específicas en control.

Recuerdo que tuve que intervenir en la disuasión de un grupo porril que solían alterar el orden público y atemorizar a los estudiantes de un plantel de educación media superior, el mismo plantel al cual también asistían algunos de los miembros de ese grupo. En realidad los porros han disminuido considerablemente en este municipio ubicado al oriente de la Ciudad de México; sin embargo, aún existen pequeñas células que siguen transgrediendo las normas y reglas de convivencia.

Aquella ocasión, yo iba circulando por una avenida principal pero cuando dí vuelta en una de las calles aledañas me encontré con un grupo de jóvenes, la gran mayoría entre los 15 y los 18 años, todos vestían el clásico jersey que los identificaba.

Ellos estaban ingiriendo bebidas embriagantes, algunos fumaban marihuana y otros escandalizaban en la vía pública con bocinas a alto volumen.

De manera estratégica, desde la corporación policiaca, nos organizamos para que les llegaramos por ambos lados de la calle, unos en las patrullas y otros caminando. Cuando nos vieron intentaron huir pero al verse rodeados ya no pusieron resistencia. 

Entre los jóvenes del grupo resaltaba un muchacho de aproximadamente 1.88 de estatura, muy robusto, un tanto encorvado, con cierto grado de obesidad, quien era apodado el Pequeñín. Él fue el primero en enfrentar a la policía, a mí me ubicó rápidamente como el líder del grupo policial y me dijo.

– ¿Qué quieres puerco? Estamos tranquilos sin meternos en pedos.

Le advertí que no le permitiría dirigirse a mí de esa manera.  Desafortunadamente es común que muchas personas nos llamen de diferentes formas. Las más comunes son: puercos, represores, iletrados, rateros, perros, pitufos y polis, en el mejor de los casos. Y no es que ya estemos acostumbrados a tales sobrenombres, simplemente sabemos que estos apodos obedecen al sentir de gran parte de la sociedad que ha sido golpeada, ultrajada, dañada y reprimida por cientos de corporaciones policiacas desde hace muchas décadas, por lo cual, hoy, la confianza hacia los cuerpos de seguridad ciudadana a nivel nacional es poca o nula.

Composición digital con fotografía del archivo de Imagen99.

Con estos antecedentes resulta un tanto complicado explicar a cada persona que en nuestra corporación ya tenemos años trabajando día a día para intentar resarcir esa imagen deteriorada. Así, con acciones contundentes para incidir en la solución de problemas de seguridad, se destacan aquellas para lograr la proximidad social que consiste, a grandes rasgos, en brindar una atención más íntima y de convivencia con las personas de zonas conflictivas, y aunque hace falta mucho más para ganarse la confianza del ciudadano, ahora tenemos una mejor aceptación.

Por ello, en esos momentos, pusé en práctica mi capacitación y sin el afán de entrar en controversia con el Pequeñín, sólo me limité a decirle que no le iba permitir que me faltará al respeto ni que hicieran más alboroto.

Algo que ayudó fue el haber llegado con autoridad pero estratégicamente tranquilos, lo cual nos permitió iniciar un diálogo y dio como resultado que los ánimos no se caldearan o llegásemos al uso de la fuerza física.

Después de explicarles las faltas cívicas al bando municipal decidí llevarlos a su escuela, dado que en pláticas previas con autoridades del plantel escolar, habíamos acordado que antes de ponerlos a disposición del Juez Conciliador, trataríamos de resolver la situación con las autoridades educativas y con los padres o madres de familia.

Bajo estos oportunos acuerdos tuvimos la oportunidad de ayudar a varios de ellos, ya que en alianza con sus tutores y personal docente, pudimos guiarlos por un mejor camino. Afortunadamente, muchos se dieron cuenta que sólo eran influenciados por sus demás compañeros para llevar una conducta dañina. Recordemos que a esa edad la gran mayoría de los adolescentes están en la búsqueda de una identidad y muchas veces suelen insertarse en actividades que no les contribuyen en nada a su sano desarrollo personal.

Ojalá y en esta búsqueda de identidad buscarán pertenecer a algún club de ajedrez o de cualquier otro deporte, pero la realidad es que muchos de ellos se dejan llevar por las influencias o por la necesidad de pertenecer a un grupo social.

En esos años tuvimos varios casos de éxito, dónde los estudiantes se comprometían a entrar a clases y mejorar sus calificaciones supervisados de manera rigurosa por sus tutores y por el personal de la escuela. 

Tuve grandes experiencias ayudando a jóvenes adolescentes que después de verme como «puerco represor» me vieron como una persona común y corriente interesada en ayudarlos. Tanto fue así que después de haberme ganado su confianza, se acercaron a mí para confesarme algunas cosas más íntimas, que iban desde problemas en el noviazgo, hasta pensamientos suicidas.

A muchos de ellos se les canalizó a instituciones de ayuda, a otros sólo se les acercó con sus tutores y otros más, desafortunadamente, desertaron como estudiantes pero se incorporaron a la vida laboral. En mi calidad de padre de familia con hijos adolescentes, desearía que todos siguieran la escuela y fueran futuros profesionales de algo pero, a veces, las circunstancias los llevan por otros rumbos.

La situación de el Pequeñín era más complicada, en su calidad de ser mayor de edad mencionaba que ya no necesitaba tutor que lo representara nadie. Muchas veces nos retó a qué lo lleváramos al Juez calificador porque él no pretendía cambiar su actitud. Era el más rebelde de todos y estaba dispuesto a continuar con lo mismo.

Tras esa actitud pude percibir que se encontraba un sujeto que, escondido bajo su rudeza, dejaba ver cierta nobleza y calidez humana, sólo era cuestión de trabajar más con él. Fui objeto de diferentes rechazos y desplantes de su parte pero para mí ya se había convertido en un reto convencer al Pequeñín de que terminara su bachillerato y cambiara para bien.

Debo de aceptar que El Pequeñín tenía una habilidad nata de líder, lograba reclutar a muchos estudiantes e iniciarlos en las actividades porriles. Sin embargo, más tardaba en armar su grupo que mis compañeros y yo en disolverlos bajo la misma estrategia de colaborar con personal docente y tutores de los muchachos.

Cabe señalar que ante su obstinada forma de ser me lo llevé varias ocasiones al Juez Conciliador, pero alguien pagaba su multa o en ocasiones cumplía con sus horas de arresto, hasta que un día de tantos me lo llevé directo a su casa.

En esa ocasión lo agarramos frente a una tienda tomando cerveza, nos vio y ya ni siquiera hizo el intento por huir, simplemente se subió a la patrulla esperando a que lo lleváramos a las galeras. Les di la instrucción a mis compañeros de dirigirnos hacia la casa de el Pequeñin. Sorprendido empezó a preguntar a dónde lo llevábamos, al darse cuenta de mis intenciones, me suplicó que por favor no lo llevara a su casa, su imagen de chico rudo cambió literalmente al de un joven asustadizo y temeroso.

Unas calles antes de llegar le pedí a mi compañero que detuviera la marcha de la patrulla. Ahí, empecé a dialogar con aquel muchacho que había perdido su rudeza, por el simple hecho de enterarse que lo llevaríamos a su casa. Después de lo que me dijo comprendí muchas cosas acerca de su comportamiento y actitud. 

Resultó que el Pequeñín siempre fue objeto de burlas y agresiones durante gran parte de su vida como estudiante, su gran tamaño y complexión robusta le ocasionó que le pusieran diferentes apodos y que muchos de sus compañeros lo trataran de niño bobo. Ya entrados en la charla me comentó que su padre lo golpeaba exhortándolo a que se defendiera de los diferentes ataques. “Tú eres más alto y fuerte, párteles la madre, no te dejes”. Eso lo hizo un chico aún más tímido e incapaz de defenderse. 

La secundaria la vivió tratando de huir de sus agresores porque en realidad a pesar de su enorme corpulencia, le daba mucho miedo pelear. Todo cambió cuando entró a la educación media superior, me contó que al primer insulto que le hicieron, golpeó de manera desmedida a su compañero y lo mandó al hospital, estaba harto de tener miedo. Eso ocasionó que casi lo corrieran del plantel, pero finalmente le dieron la oportunidad de continuar. Así fue como se dio cuenta que ya era respetado y temido, entonces empezó a liderar a un grupo de estudiantes que dirigidos por otras personas, se convirtieron en los porros de la zona. 

Con el Pequeñin pude entender a un estudiante que estaba ansioso de ser comprendido. A partir de ahí mi relación con él cambió radicalmente, me fui ganando su confianza al grado de sugerirle que, una vez concluida su preparatoria, probara suerte en las filas de la policía, creí que podría tener vocación de servicio y todas esas frustraciones podrían ser canalizadas en beneficio del servicio público, del servicio a la sociedad.

Ahora tengo el enorme gusto de verlo formar parte del grupo motorizado, ha realizado grandes aprehensiones y dedica mucho de su tiempo a su propia capacitación y a dar pláticas o talleres en secundarias y preparatorias sobre temas como “el acoso escolar» y «la violencia en el noviazgo». 

¡Vaya, quién lo iba a pensar!

[i] Saúl Peña Rosas es licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Escritor de diversos relatos y autor de la novela El día de tu muerte.

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22 comentarios en “El pequeñínAñade los tuyos →

  1. Una historia que nos enseña que las personas pueden cambiar si ellos mismos se lo proponen y también con un poco de ayuda de alguien que quiera su bienestar y quiera verlo bien.
    Nos enseña que no todos los policías son malos.
    Excelente historia y una buena reflexión de vida.✨

    1. Gracias Patricia efectivamente no todos los servidores públicos son deshonestos hay muchas personas con gran calidad humana dentro de las corporaciones policiacas.
      Gracias por tu comentario

  2. Muy buena historia. Que bueno que el chiquitín escucho tus pláticas y gracias a eso ahora ya es un chico de bien. El que quiere puede. Saludos

  3. Que suertudas las personas que se encuentran en el lugar y con la persona indicada para cambiar por completo su vida; es una labor muy interesante y digna de ser reconocida, mis respetos para todos los policías que han puesto su granito de arena.

  4. Muchas felicidades, es bueno no juzgar y es un don el que se tiene para ayudar, para ser empático y hacerlo cada vez que se pueda, nada fácil y que bueno que te toco ayudar. Mi reconocimiento.

  5. Jefe creo usted y yo sabemos de quién esa historia y pues le agradezco la oportunidad que me dió y por enseñarme a trabajar gran parte de lo que soy se lo debo a usted Cmdte Crisoforo

  6. Este relato, nos permite ver lo que es conocido como la dinámica de los grupos. Existen todo tipo de grupos, sociales, culturales, religiosos, etc., y cuando alguien ingresa a uno de ellos, debe adoptar las costumbres y sus normas. También permite ver cómo el ser humano, muchas veces, tiene que desarrollar una personalidad que no es la suya, lo hace para sobrevivir en esos grupos. En este caso el pequeñín, tuvo que mostrar fuerza, dureza y violencia para ocultar la fragilidad que le da su nobleza y buenos sentimientos. Te felicito por tu empatía, porque sin ella, el chiquilín probablemente sería un delincuente consumado.
    Excelente relato. Felicidades.

  7. Gracias por compartir tu experiencia que sin lugar a dudas tienen que ver mucho con este relato.

    Saludos cordiales 😁✌️

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