"tienda rural"

Ni tanto que queme al santo

Doña Ana, la dueña de la tienda de abarrotes ubicada a unos metros de la cartonera, es quien siempre le presta al 20% sin problema. Pedro es muy buen pagador y nunca duda en prestarle.

Saúl Peña Rosas [i]

Pedro Cuenca tiene 59 años, es contador de profesión, se pasa todo el día agobiado, triste y preocupado, pensando la manera en cómo salir del atolladero. Las múltiples deudas económicas no le dejan dormir. Su esposa Laura y dos hijos, son su principal preocupación. Jorge, el mayor, tiene 20 años, estudia leyes en la universidad local, e Ignacio de 18, espera turno para ingresar. Pedro, de pelo cano y una figura robusta, es de los tipos que añoran brindarles a los hijos toda la ayuda posible, para que no padezcan lo que él padeció en su niñez y juventud.

Tiene una casa pequeña y un auto viejo. El sueldo que percibe en la empresa cartonera nunca le alcanza para cubrir sus gastos necesarios. Casi siempre, a unos días de concluir la quincena, empieza el tormento, ya que suele quedarse sin un solo centavo. La solución siempre ha sido pedir prestado, con intereses, para poder subsistir.

Fotografía: archivo Imagen99

Doña Ana, la dueña de la tienda de abarrotes ubicada a unos metros de la cartonera, es quien siempre le presta al 20% sin problema. Pedro es muy buen pagador y nunca duda en prestarle, ya hasta conoce de memoria el discurso trillado de Pedro:

—Doña Ana, présteme usted mil pesos para concluir la quincena porque ya no tengo ni para mi gasolina, ya sabe que se los doy el día de pago con todo y sus intereses, sin demora alguna.

Para doña Ana es un ingreso extra al que ya se ha acostumbrado. Ella tiene una frase muy hecha: “Todo en la vida es negocio”

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Fotografía: archivo Imagen99

Los problemas para Pedro cada día se hacen más grandes, pues Laura es estrictamente puntual en pedirle el gasto, y no le acepta excusas.  Ella es una mujer con viejas tradiciones, acostumbrada a las labores del hogar y a exigir el gasto de la casa sin contratiempos.

—Pedro yo no sé cómo le vas a hacer pero lo que me das ya no me alcanza,  Jorge necesita que le des más para sus pasajes y escuela, y Nacho quiere tomar un curso de guitarra mientras entra a la universidad, ¡cómpranos ropa! Ya tiene dos meses que ni un par de calcetas estreno, ¡Mira en qué fachas me tienes, parezco pordiosera! ¿Para eso me sacaste de mi casa?, ¿para tener esta vida de carencias y sinsabores? Yo no sé por qué no le hice caso a mi madre cuando me decía que siempre ibas a ser un perdedor, un don nadie.

Pedro es incapaz de contradecirla, mucho menos de reprender a sus hijos, que en cierta forma, ya le han agarrado la medida y no lo ven como una figura de autoridad, por el contrario, suelen minimizar sus órdenes y volverlo invisible.

Si por algún motivo Pedro quiere reprenderlos, Laura se encarga de defenderlos.

—A mis hijos no los vas a tratar así, ¿qué crees que porque tú fuiste un muchacho golpeado y sobajado, ellos van a padecer la misma suerte?

A Pedro no le gusta discutir, siempre calla, el único refugio que encuentra es su compañero Romualdo de 55 años, que prácticamente es lo opuesto a él. Se conocen porque muchas veces coinciden en el comedor de la empresa, donde conversan mientras comen.

Ambos saben los detalles de sus familias, ya que después de tantos años en la misma compañía, han tenido mucho tiempo para contarse sus respectivas vidas.

Romualdo es el encargado de operar una máquina para hacer cartones donde se colocan los huevos, hace más diez años que realiza esa actividad. Tiene tres hijos Margarita de 22, Adrián de 21 y Roberto de 18. Los dos mayores han podido ingresar a la universidad, el menor sólo cursó la secundaria.

Él siempre se dirige hacia Pedro de manera directa y cruda, tiene ideas muy diferentes y éstas  lo hacen decir lo que piensa sin miramientos ni tapujos, es de esos tipos que a sí mismo se define, como de los que “no tienen pelos en la lengua”. Una de tantas ocasiones en el comedor Romualdo le comentó.

—Oye pinche contadorcito ¿todavía sigues dándole todo tu sueldo a tus hijos y a tu vieja, endrogándote con doña Ana para que al final te quedes en la miseria?  Que no sabes que a las mujeres ni todo el amor ni todo el dinero, y tus hijos ya están grandes como para que no te ayuden consiguiendo algún trabajo. Todo el pedo te lo dejan a ti y el día que se vayan de tu casa, ni las gracias te van a dar, ¡eso! si es que algún día se van, porque a lo mejor ellos terminan echándote. Mírate con el mismo traje desde hace 7 años, con tus zapatos que llevan más de 10 reparaciones, tus corbatas casi de la época del porfiriato, y tus lentes pegados con cinta canela. Ya ni la chingas Pedrito, ya ni la chingas. Por el contrario veme, pinche carrazo del año que me cargo, visto pura ropa de marca fregona, ¡eh!, porque para eso me jodo, por eso le chingo, mis hijos ya están grandes, que trabajen si quieren tener algo bueno, porque yo no les voy a dar todo, bastante hago dándoles un techo y arrimándoles la papa. Al que no le guste que se vaya a la chingada, a ver si muy cabrones.

Pedro generalmente se limita a callar, algunas veces replica de manera muy tímida y decente.

—Romualdo, tenemos diferentes formas de pensar, lo que les doy a mis hijos lo hago sin esperar nada a cambio, nuestra obligación como padres es hacerles la vida más fácil para que ellos no sufran lo que uno vivió de chamaco. Solo quiero encaminarlos para que cuando sean adultos tengan herramientas para sobresalir.

Romualdo se le quedó viendo con una mirada de desprecio, no pudo aguantarse el comentario sátiro y con una alta dosis de agresión.

—Pinche Pedro cómo serás pendejo, tus hijos te van a mandar a la chingada, ellos harán sus vidas, mientras tú te estás acabando en esta méndiga empresa que nos tiene esclavizados por una miseria de sueldo. Bien sabes que yo por eso tengo mi negocio aparte, si dependiera de este sueldo estaría igual o peor que tú. Lo que debes de hacer es comprarte ropa nueva y cambiar la pinche cafetera que tienes como carro, vámonos de farra, yo pongo los pomos. ¡Ah! Y a nadie le hace daño aventarse una canita al aire ¡eh! También tener una sola vieja provoca cáncer, ¡ya no mames cabrón!

Por alguna razón a Pedro le gusta escucharlo, le sirve de catarsis, aunque no tiene el valor para llevar a cabo ninguno de los consejos que su compañero le propone. Sin embargo, eso no le quita el eco de sus pensamientos que repetitivamente le dicen, “no eres feliz”.

El refugio para Pedro es ver a su familia bien, y aunque su esposa constantemente le reprime por las carencias, él se siente satisfecho porque sabe que cada peso que gana es destinado para el sostén de su seres queridos.

Por lo contrario, Romualdo no ayuda en mucho a sus hijos y esposa, él tiene la idea de que con sólo darles techo y comida, es más que suficiente, nunca aporta ni un peso más que lo designado para esas necesidades, aunque se jacte de tener dinero suficiente.

Si por error algún miembro de su familia osa pedir ropa, calzado o material extra del colegio, éste se desborda en su discurso cual cascada.

—Chínguele cabrones que yo no soy beneficencia pública, si quieren tener trapos y zapatos nuevos, yo no me opongo a que trabajen, quieren material para la escuela, pues a ver qué venden o a quién le tiran la basura para que se ganen unos pesos. Ya saben, aquí nadie está a huevo, y al que no le parezca la puerta está muy ancha para que se vayan con lo que traen puesto, porque algo de más no me sacan de aquí, ya todos son mayores de edad y pueden conseguir trabajo donde sea.

Por increíble que parezca, Rocío su esposa siempre lo respalda, no es capaz de enfrentarlo, viene de una familia donde su padre ejercía un patriarcado machista. Lejos de intervenir a favor de sus hijos, casi siempre los consigna.

—Ya hicieron enojar a su padre, les he dicho muchas veces que en esta casa se hace lo que él diga. Bastante hace con mantenernos como para que ustedes se pongan a exigir cosas que no necesitan.

La realidad es que Romualdo se ha ganado el repudio de sus hijos, ya que ven cómo se gasta el dinero en sí mismo. También es un cliente distinguido de las cantinas del lugar y dicen que es de los que de repente gritan “Tragos para todos que yo pago”, Sus constantes excesos le han ocasionado que en ocasiones tenga que recurrir también a doña Ana.

El común denominador entre estos dos compañeros de trabajo es que ninguno está satisfecho con su vida, Pedro, por un lado, pretende tapar su tristeza e infelicidad, ayudando a sus hijos de manera desmedida y sin control, Romualdo por el contrario, se complace así mismo de una manera banal y perjudicial, dejando a sus hijos con muchas limitaciones.

Lo que ellos no saben, obviamente por la falta de comunicación existente al interior de sus respectivas familias, es que sus hijos, Jorge y Adrián, asisten a la misma universidad, sin saber que sus padres son compañeros de trabajo.

Uno de tantos días de clase, debatiendo un tema que tiene que ver con La Norma Familiar o también llamado Derecho Familiar, hicieron grupos de tres donde coincidieron Jorge, Adrián y una compañera de nombre Marcela.

Cuando por las exigencias de la misma cátedra, llegaron al punto de calificar a sus respectivos padres, Jorge se destapó diciendo.

—Mi papá es un mojigato sin voz ni voto, pobre viejo, sí mi mamá le dice “tírate a un pozo” seguro lo hace. Definitivamente carece de autoestima, pero mientras me siga dando para estudiar, lo soportaremos en casa.

Por su parte Adrián no dudó en exhibir a su padre diciendo.

—Mi papá es un borracho que se siente adolescente, nunca me da ni para los pasajes, espero terminar la escuela pronto para mandarlo a la chingada, quiero irme de su casa lo antes posible. Nunca tiene para sus hijos, pero que tal para él y para su farra, ahí sí no le falla.

Marcela los miró con un desconcierto en el rostro y les dijo.

—Mi madre es la mejor del mundo, ella no terminó ni la primaria, tuvo que soportar a un marido celoso, borracho y golpeador. Aun así nos ha sacado adelante, a mí, y mis dos hermanas. Más que mi madre es mi heroína, desde muy joven supo lo que quería. Primero mandó a la chingada a mi papá. Después puso una tienda de abarrotes y ahora presta dinero a rédito a gente que simplemente no sabe administrarse como ella. Total “todo en la vida es negocio” ¿No lo creen?

[i] Saúl Peña Rosas es licenciado en Comunicación Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Autor de la novela El día de tu muerte.

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36 comentarios en “Ni tanto que queme al santoAñade los tuyos →

  1. Muy buena historia para reflexionar, lo cierto es que es difícil encontrar el equilibrio ya que depende de muchos factores.
    Muchas felicidades Saúl, me encantan tus historias!!

  2. Excelente texto, nos lleva a darnos cuenta de que todo en exceso es malo y de que todo se debe poner en una balanza para que las cosas no se inclinen solo hacia un lado. Aparte creo que cabe ese dicho de que nadie sabe para quien trabaja.

  3. Felicidades primeramente, porque tienes el coraje para seguir escribiendo. Desafortunadamente así se manejan muchas familias; por los apegos, por las tradiciones , por la poca información, por los valores etc. Pero nunca es tarde para cambiar y pedir ayuda. Nuevamente te felicito.

  4. Es parte de la Mecánica Nacional, ambas conductas, y existen más posibilidades de comportamientos , en detrimento de los seres humanos, la ayuda es difícil de encontrar, pero muy buena elección de tema, invitando a reflexionar como vivimos. TEN SALUD 🖖

  5. Que buena historia, no me atrevería a decir quién es mejor ejemplo, pero lo que si les puedo decir con toda seguridad es que los chicos nos van a juzgar tarde o temprano y que dificilmente les vamos a resolver todos sus problemas, y dificilmente nos vamos a dar cuenta si les estamos haciendo un daño por nuestro comportamiento en muchos aspectos, lo que me queda es un enorme signo de interrogación, porque ahora no sé si la estoy regando, no hay receta para encontrar el equilibrio de estas situaciones pero podemos estar cerca y siempre tratar de conciliar pero no en conciliación y arbitraje, jajaja, muy buena reflexión, saludos.

  6. Sentidos opuestos entre Pedro y Romualdo, sin embargo su comportamiento a mi parecer denotan una inmensa frustración reprimida, es un círculo del cual no pueden o no quieren salir, lamentablemente los afectados son sus propios hij@s, los cuáles son sus jueces.
    Con respecto a la Sra de la tienda, ella sí rompió con su círculo y emprendió un negocio que si bien abusa de la necesidad de los demás, a ella le da estabilidad económica.
    La manera de vivir de los padres, en muchas ocasiones es el reflejo de vida de nuestros hij@s.

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