"Imagen del Cortacabezas"

El corta cabezas

Con el rostro desencajado, las manos temblorosas y la mirada pensativa, se paseaba de un lado a otro en una habitación de cuatro metros cuadrados donde apenas cabía una cama, una pequeña alacena, unos cuantos jacales que eran utilizados de manera vertical para la ropa

Saúl Peña Rosas [1]

Con el rostro desencajado, las manos temblorosas y la mirada pensativa, se paseaba de un lado a otro en una habitación de cuatro metros cuadrados donde apenas cabía una cama, una pequeña alacena, unos cuantos jacales que eran utilizados de manera vertical para la ropa, y un televisor viejo, de esos que ocupan mucho espacio. Las paredes carecían de acabado, dejando ver lo rojo del ladrillo. Olía a humedad debido a que de las láminas de asbesto tenían tiempo quebradas y la lluvia se filtraba tanto como los rayos de sol que pegaban justo en la estufita de dos quemadores, donde siempre había una olla de café dispuesta.

Casi todos los cuartos de la vecindad estaban en esas condiciones, con excepción del de la dueña, que era de loza y con baño propio, pero los demás, daban la impresión de que no resistirían el próximo temblor, aunque ya llevaban cinco, sin daños considerables. Esa ocasión él se encontraba sólo, su esposa había ido al centro a comprar encaje para terminar unas cortinas que le encargaron para año nuevo, y aprovechó para meditarlo tanto que se decidió a incursionar en ese nuevo mundo.

Se la pasaba pensando cómo darle la noticia a su querida Patricia. Ella nunca estuvo de acuerdo en que él realizara esa actividad, e incluso amenazó con dejarlo. Para ella era realmente peligroso que él se dedicara a eso.

La realidad es que Fabián cayó en la desesperación por la falta empleo y pocas oportunidades para salir adelante. Estaba sumergido en una sociedad donde siempre se corre el riesgo de realizar vivezas que nunca imaginó. Sin embargo, él encontró en esa actividad un modo de subsistir, aunque en el hecho estuvieran involucrados la sangre, objetos punzo cortantes y la muerte.

Fue su compadre Juan quien le insistió a que iniciara en este mundo de los cuerpos fríos, él le dijo que había muy buena ganancia y que pronto podría comprarse esa camioneta que tanto anhelaba. Fabián al principio se resistió, sabía que a su Patricia no le gustaba la idea, ella siempre le insistió que viera otras alternativas.

De obrero, le dijo Patricia en una ocasión que discutían el futuro de sus dos hijos. –Piensa en ellos, imagínate qué es lo que dirán sus compañeros de escuela si se enteran, los pondrás en riesgo, serán objeto de calumnias y sobrenombres. Ese día Fabián se enojó tanto que le gritó —Y ¿qué tiene de malo?, ¿prefieres que nos muramos de hambre? —Además los niños estarán bien, mucha gente ya se dedica a esto y sus hijos no son mal vistos en la escuela, al contrario los respetan.

La decisión estaba tomada, Patricia sólo tenía dos opciones, dejarlo o aguantar a ver qué pasaba, decidió lo primero pidiéndole a Dios que cuidara de él.

Su primer día de trabajo estuvo lleno de incógnitas, dudas y suspicacias. Lo llevó su compadre Juan en una camioneta grande, con vidrios polarizados, llantas gruesas con olor nauseabundo y no podía faltar el equipo de sonido a todo volumen con puras canciones de banda y corridos. Llegaron a una finca ubicada en los cinturones de la ciudad, ahí estaban todos los cuerpos.

Qué bueno que te decidiste compadre, mencionó Juan —ya verás que este negocio no es como lo pintan, el riesgo es poco y la ganancia es buena, sólo hay que acostumbrarse al trabajo, pero haciéndolo diario te darás cuenta que les pierdes la lástima, al fin y al cabo, ya están muertos. —¡Ah! pero déjame decirte que no esperes ganar luego, luego como gana el patrón, porque aquí se tiene que hacer carrera, se empieza desde abajo. Deberás tener mucho cuidado de no decirle a nadie porque nos ganan el negocio.

A la llegada del patrón Fabián estaba realmente nervioso, lo pudo ver de lejos cuando se abrió el portón del rancho donde estaban. Enseguida lo reconoció por su actitud sobrada con sombrero tejano y sus lentes de gota obscuros. A su paso todo el mundo le decía patrón esto, patrón lo otro, Cuando llegó con Fabián se levantó los anteojos y se le quedó mirando un tanto desconcertado.

Este es el cabrón que me estás recomendando, le preguntó a Juan —No tiene pinta de cortador, yo necesito gente que no le dé miedo la sangre ni le cause impresión. Es el indicado —intervino Juan, le prometo que no le va a fallar.

El patrón se le quedo viendo de pies a cabeza y le pidió a Fabián que le mostrara las palmas de sus manos.

Estas son manos de niña, yo necesito manos correosas, acostumbradas al trabajo, con las que puedas agarrar las tijeras sin ampollarte las manos, que no estén así de temblorosas como las de este.

Foto de archivo

Fabián ya no pudo soportar tanta presión y comentó.

Le prometo que no le voy a fallar. No vengo a engañarlo, jamás he hecho este trabajo pero no soy de las personas que se rajen, aprenderé y seré el mejor en esta chamba.

El patrón lo miró directamente a los ojos y le dijo a Juan, ignorando con desprecio a Fabián.

Qué se presente mañana, vamos a ver si este bato tiene las agallas para hacer el trabajo.

De regreso a la ciudad Juan venía emocionado, alentando a Fabián porque estaba seguro de que había obtenido el empleo.

Ya chingaste compadre, ahora no se me raje, que yo me encargaré de enseñarle todo lo referente al oficio, serás el mejor cortador de cabezas patas y mollejas de todo el rancho “Las aves finas”. La comadre estará orgullosa, ah y quítate esa idea absurda de que a los ahijados les pondrán como apodo “el pollo o el gallo”.

1 Saúl Peña Rosas es Licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y recientemente publicó su primera novela El día de tu muerte.


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