"IlustraciónEn la cisterna"

En la cisterna

Don Raúl Pérez Jácome se paseaba por toda la estancia del Ministerio Público esperando a ser atendido.
(Primera de dos partes)

Saúl Peña Rosas [i]

Don Raúl Pérez Jácome se paseaba por toda la estancia del Ministerio Público esperando a ser atendido. Por momentos se acercaba a la barandilla y le decía al oficial en turno.

—Señor, ¿Ya me van a atender?

En ese entonces yo trabajaba en la Unidad de Atención a Víctimas del Delito y Violencia Familiar, fui instruido a prestar ayuda a una persona que referían tenía aspecto de indigente y que probablemente no estaba bien de sus facultades mentales.

Aún recuerdo la indicación directa de mi jefe diciéndome: “todo ciudadano tiene derecho a ser atendido sin importar su condición social y aspecto físico”.

Corría el año de 2013 y yo apenas estaba incursionando en los deberes de ese nuevo empleo, que desconocía casi en su totalidad. Cuando recibí la indicación, las manos me sudaban y el desconcierto era tanto que en el camino iba pensando: Ojalá cuando llegue, ya se haya solucionado todo.

Y es que por mi cabeza atravesaba el hecho de que este tipo de atenciones las debería de brindar un abogado, trabajador social o algo por el estilo, yo cursé la carrera en Comunicación y Cultura, pensaba que no tenía el conocimiento suficiente para enfrentar la situación.

La vida te va dejando diferentes experiencias laborales y creo que esta fue una de las más representativas por todo lo que les he de narrar.

Lo primero en lo que tuve que lidiar fue mi arribo al lugar ya que, a pesar de conducir un vehículo oficial balizado, no encontré dónde estacionarme hasta después de tres calles. Con el temor de que no le fuera a pasar algo, me cercioré de cerrarlo perfectamente y le rogué a Dios que no le sucediera nada puesto a que cualquier desperfecto lo tenía que pagar de mi bolso.

Desde ese momento ya empezaba a sentir los nervios que invadían todo mi cuerpo. Recuerdo que únicamente tenía un traje, por supuesto el que usaba en las fiestas, en ese empleo me exigían vestir formal y de corbata como mínimo. Esa ocasión llevaba puesto mi Bruno Corza color negro, que después se convertiría casi casi en mi uniforme debido al uso cotidiano que le di.

Cuando por fin llegué no hubo necesidad de buscar a Don Raúl, el puro olor me indicó donde estaba, aparte de que parecía estar sólo en un gran espacio de la estancia, puesto a que las personas a su alrededor, se habían alejado por no soportar ese olor a mugre, sudor y a rancio, que yo tenía la obligación de tolerar.

Aún recuerdo esa mirada profunda y directa, todavía no llegaba hasta él cuando me dijo,

—¿Usted es la persona que me va ayudar?

Respondí con toda seguridad.

—Estoy a sus órdenes, mi nombre es Saúl Peña y vengo del área de Atención a Víctimas de la Policía Municipal.

Sus ojos se llenaron de lágrimas antes de comenzar a decirme de qué se trataba su problema. Se limpió con la manga de su chamarra y comentó con la voz entrecortada.

—Mi hermano está muerto en la cisterna de mi casa, llegué aquí desde las cuatro de la mañana y no me han querido atender.

Para entonces ya era casi medio día.

"IlustraciónEn la cisterna"
Ilustración: Arturo Almanza

Lo primero que se me vino a la mente es pensar si este hombre de aproximadamente 60 años, —con cabellera larga, barba abundante, que vestía un pantalón de mezclilla negro, zapatos que evidentemente no eran de su talla, una chamarra sin camisa debajo, que dejaba descubierto gran parte de su pecho, y que al movimiento corporal hacía ver una gran franja de mugre—, pudiera tener casa.

Enseguida le pedí que me acompañara a la parte exterior para hablar más tranquilos. La verdad es que buscaba un poco de aire, que mitigara ese olor nauseabundo al que poco a poco me fui habituando.

Así, empecé con las preguntas como si fuera un verdadero Sherlock Holmes.

—¿Usted viene a denunciar que su hermano yace muerto en la cisterna de su casa? – Eso mismo. Asentó con la cabeza. Continué con el interrogatorio

—¿Cómo es que se dio cuenta de los hechos?

Él contestó:

—Pues mire usted joven, yo andaba buscando el recibo del agua, el cual llevo más de diez años sin pagar, me acerque a la cisterna y me percaté que salía un olor putrefacto. Cuando me asomé, vi a mi hermano que ya estaba en estado de descomposición.

Me di cuenta que el señor estaba lúcido, que su lenguaje era fluido y apropiado, si no fuera por su mala higiene pasaría como profesor de filosofía y letras. Regresé a las preguntas.

—¿Su hermano se ahogó en la cisterna?

Sorprendido me aclaró los hechos.

—No, por supuesto que no, él murió en la cisterna porque ahí vivía. Hace dos semanas llegó y me pidió posada, la casa es de los dos porque nos la dejaron nuestros padres. Tanto derecho tiene él como yo de habitarla, pero él era nómada, le gustaba andar por las calles juntando chácharas que luego vendía.

A veces tardaba más de dos meses en regresar y cuando se presentaba siempre me pedía posada, es como si hubiera olvidado que la casa también era de él.

La última vez que vino me pidió que lo alojara en la cisterna con el argumento de que era un lugar más privado y con menos ruido, a lo cual no me opuse a pesar de que la casa tiene más de 7 cuartos que bien se pueden acondicionar como recámaras.

Me surgieron cientos de dudas, aún no podía creer lo que estaba escuchando, pero eso fue suficiente para exigirle a la autoridad competente, atendiera el caso.

Enfrentarme al ministerio público no fue nada sencillo, pero armado de valor y a sabiendas de la regañada que iba a recibir si no daba solución a esa problemática, decidí entrar con el licenciado en turno.

—Buenas tardes, quisiera hablar con el ministerio público que atiende las  defunciones.

La verdad es que no sabía ni por dónde empezar. Me sirvió de mucho que desde que llegué fui observado por varias personas que laboraban en el lugar, de manera que, no desconocían el motivo de mi visita.

Antes de que me contestara el oficial de la recepción, salió de una pequeña oficina, un hombre que me invitó a pasar.

—¿Qué tal Lic.? ¿Cómo estás?

En ese momento me sentí halagado puesto a que aún no obtenía el título universitario que me  acreditara como licenciado. Antes de que pudiera decir palabra alguna, el servidor público continuó.

—¿Apoco es neta eso del muertito que refiere el indigente?

Quería contestarle pero continuamente era interrumpido por él.

—No lo puedo creer, pensé que estaba loco.

Cuando me lo permitió, tuve que explicarle todo con lujo de detalle. Una vez que disipé sus dudas me dijo.

—Licenciado te mando al personal en chinga para el verificativo de los hechos.

Nos dirigimos a la casa de Don Raúl, me puse de acuerdo con las personas del MP para que me siguieran, de manera que, yo tuve que llevarme al afectado.

Cuando se subió a la unidad bajé la ventanilla lo más rápido que pude y le pedí, amablemente, que hiciera lo mismo. Él accedió pero con una sonrisa un tanto burlona.

CONTINUARÁ

La segunda parte la puedes leer en En la cisterna (2)

[i] Saúl Peña Rosas es Licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y publicó su primera novela El día de tu muerte.

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8 comentarios en “En la cisternaAñade los tuyos →

  1. Hermano!!!! Lo que te pueda decir es poco, felicidades por la manera de llevar un hecho verídico crudo y complejo a las pulsaciones individuales de quienes leemos el texto casi casi visualizando la cloaca, y no me refiero a la mencionada cisterna, sino a la instancia del MP Jajajajajaja , experiencia y capacidad profesional vaciada en una narrativa genial!!!
    Salu2 hermano y que fortuna compartir experiencias y algunas acciones profesionales y personales, e incluso aficiones como la música, porque para que se enteren sus seguidor@s, excelente compositor, cantante y guitarrista el Lic. Y amigo Saúl Peña Rosas
    Éxito siempre ✌🏾🤟🏾

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