"Camino al pueblo"

Una extraña voz

Saúl Peña Rosas [i]

Al pie de la montaña, rodeada de un bosque verde esplendoroso, lleno de cedros, pinos y ahuehuetes, que hacen del aire denso y puro, se oye el trino de las aves a la par que el gluglú de un riachuelo que pasa justo a unos metros de la hacienda de don Carlos, hombre bondadoso y justo, siempre dispuesto a tender la mano a quien más lo necesita.

Él tiene una gran cantidad de ganado, entre reces, vacas, toros y bueyes. También cuenta con criaderos de aves de corral y sus bellos caballos, que son la envidia de todo el pueblo de San Sebastián, al que bajan cada mes a comprar víveres y a visitar al alcalde José, que dicho sea de paso, es el único familiar vivo de doña Florencia, esposa de don Carlos. Ella nunca pudo tener hijos, así que todo lo que ambos poseen, entre sus cientos de animales y decenas de hectáreas de tierra para sembrar, ha sido el sustento de sus 40 trabajadores y sus familias.

Fotografía de archivo Imagen99

Físicamente él es fuerte a pesar de sus 69 años, goza de una excelente salud y una energía envidiable, lo contrario a doña Florencia que cada día está más enferma, Lupus es la enfermedad que la aqueja y aunque no han dejado de asistir a los mejores médicos, no ha sido suficiente, ya que es una enfermedad que no tiene cura y la edad, simplemente agrava todos los síntomas.

Jacinto y Benigna

Don Carlos siempre la anima, y trata de que ella no haga el menor esfuerzo, desde que amanece hasta que se va a la cama, Jacinto y Benigna, los criados de mayor confianza de los señores, no se le despegan y la procuran tanto que a veces ella los tiene que echar de la vivienda para que vayan a descansar un poco.

—Ándense a ver a sus chiquillos que a mí no me pasará nada, y si me pasare, pues así lo quiso Dios y punto. Jacinto enseguida replicó, —pero doña Florencia, el patrón nos correrá si no permanecemos con usted, además lo hacemos con mucho gusto. A lo que ella les argumentó, —Tienen que hacer sus cosas, ustedes también tienen vida y no es justo que la vivan amargamente a mi lado viendo a esta vieja inútil que ya no puede ni levantar los párpados, y si el viejo bribón les reprende, se las verá conmigo.

Jacinto sale con el rostro quebrado, triste, melancólico, Benigna simplemente no aguanta y una vez abandonada la habitación rompe en llanto desconsolada por el padecer de su ama. Ellos han sido tan buenos, que no hay un sólo empleado que no esté afligido por la situación que atraviesan.

Todas las mañanas, al lado de su cama, es colocado un ramo de flores endémicas, de la mejor selección que hay; rosas, violetas girasoles, hortensias, tulipanes y dalias son de las más distinguidas y olorosas. El desayuno le es llevado hasta la cama siempre adornado con la mejor vajilla que pudiera haber en la hacienda y, aunque casi no come nada, siempre agradece a sus sirvientes con una sonrisa. Para ir al baño le fue acondicionado unos barandales especiales con un piso deslizable que la lleva y la trae de manera mecánica, algo muy parecido a unas escaleras eléctricas controlados por botones. Cerca de las diez es cargada por cuatro criados en una especie de camilla hecha de carrizo, acondicionada con telas finas y cojines rellenos de algodón muy suaves, cubierta por un largo velo que le protege de los insectos para dar su paseo diario. Primero la colocan unos minutos en el porche, a ella le gusta observar el rancho desde la entrada de su morada, posteriormente la pasean por todos los establos, caballerizas, criaderos y corrales con Don Carlos caminando a un lado, hablando de lo bonita que es la hacienda.

Doña Florencia

Pareciera que él no ha reparado en lo costoso de los detalles para que su mujer tenga lo necesario y hacerle frente a esta enfermedad que cada día la consume más. Sin embargo, para doña Florencia ya no hay nada que hacer y todos los días le pide a Dios que le quite de sufrir. Muchas veces don Carlos la ha escuchado y le comenta de una manera muy tierna. —Mujer, no digas eso, te vas a poner bien, sólo tienes que tomar tus medicinas y hacer lo que el médico te ordene.

Pero doña Florencia no está en las mejores condiciones y lo único que quiere es dejar este mundo. Aun así, saca fuerzas para hablar, de manera muy pausada y entre cortada se da a entender con su esposo y lo alienta a seguir adelante cuando ella no esté —acuérdate Carlos que de ti dependen varias familias, nosotros somos el sustento de muchos chiquillos y te necesitan. Debes continuar dirigiendo esta hacienda hasta que el creador decida lo contrario. Tienes que prometerme que no vas a claudicar en los momentos más dolorosos, la muerte es parte de la vida y mi momento ha llegado.

Él simplemente no se resigna a dejarla ir, y hace hasta lo imposible porque ella padezca lo mínimo, pero contra la muerte no hay más que hacer.

Suele ir cerca del riachuelo y llorar amargamente. Muchas veces le han oído decir que cambiaría toda su fortuna por la salud de su mujer, e incluso le han escuchado pedir a gritos que no se la lleve.

Cierta ocasión, cuando caminaba por uno de sus establos, escuchó una voz que le decía, “la hora se acerca” furioso empezó a preguntar, —¿Quién me dice esto? ¿Con qué derecho lo haces? Echo a correr por todo el establo para ver si se trataba de alguien que quisiera jugar con su dolor, pero su trabajador más cercano estaba a unos 200 metros y era imposible que a esa distancia lo hubiera escuchado.

Fotografía de archivo Imagen99

Esa misma tarde bajo a caballo al pueblo, quería platicar con la única persona que le tenía confianza para hablar de estas cosas, el alcalde José. —Te lo juro primo, he escuchado una voz que me dice “la hora se acerca”, no he logrado ver a nadie alrededor para romperle la cara, creo que me estoy volviendo loco, no quiero que mi Florecita se muera, ¡no quiero primo! Y echó a llorar. El primo José sólo se limitó a decir: —Cálmate Carlos, has estado bajo mucho estrés y es obvio que ya estás oyendo voces que no existen, tienes que relajarte, no permitas que Florencia te vea así, debes ser fuerte y estar con ella hasta el último suspiro de su vida, es más ya no te le despegues porque estoy seguro que ella querrá morir a tu lado, contigo tomándola de la mano, susurrándole al oído decirle cuánto la amas. Corre a su lado y permanece con ella hasta el final. —Así lo haré primo. Afirmó Carlos antes de despedirse.

Don Carlos

De regreso a la hacienda, pasó esta vez por las caballerizas, a su paso por la penúltima de éstas, una voz hizo que el caballo reparara “la hora se acerca” casi a punto de caer se bajó del animal, furioso empezó a gritar, —¿Quién eres? ¿Por qué me haces esto? Enojado continuó hasta su casa, enseguida preguntó a Benigna —¿Cómo está? Le has atendido como te ordené —Así es patrón, al pie de la letra. Contestó ella. Esa noche pidió a Jacinto y Benigna que no se fueran, no les quiso platicar lo que oyó pero estaba decidido a no dejar a su amada ni un minuto más sola.

Cuando entró a la habitación la encontró muy desmejorada y pálida, se recostó a su lado y empezó a llorar muy bajito para no despertarla.

Al otro día, a las siete de la mañana, Jacinto tocó a la puerta porque a lo lejos alcanzaba a escuchar un llanto muy tenue, cuando entró, Doña Florencia le dijo, con una voz que apenas se distinguía, —Jacinto, el patrón ha muerto.

Fotografía de archivo

[i] Saúl Peña Rosas, escritor y licenciado en Comunicación y Cultura por la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Recientemente publicó su primera novela El día de tu muerte.


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    11 comentarios en “Una extraña vozAñade los tuyos →

    1. Estuvo muy bueno, ya que este ranchero pensaba que la muerte era para su amada esposa y llegó para el… Me tuvo entretenido hasta ese final inesperado. Hojala publique más de esas. Saludos

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