Comadre

Si Jimena pudiera, renunciaría al caso de Julián. Los resultados de sus pesquisas habían sido nulos. Esa era la segunda ocasión en que pensó en cerrar el negocio. Declararse incompetente como detective. Cuando su padre, Pascual Navarro, fundó la empresa de investigaciones, abrió las oficinas en un edificio de la Juárez. Casi toda la clientela se constituía de mujeres que sospechaban que el marido les era infiel y querían saber con quién. Los hombres que solicitaban los servicios del detective Navarro eran pocos, lo hacían por la misma razón que las clientas, o para localizar a algún deudor escondido. A como diera lugar, Pascual daba con el insolvente.  

Jimena había reducido la empresa que heredó. Luego de cerrar las oficinas de la Juárez, tuvo que abandonar el espacio de coworking que había encontrado, a pesar de que le gustaba mucho. La amenaza de contagio de Covid la obligó. Co-madre, se llamaba el sitio, en la Condesa. Tenía un área de actividades vespertinas para niños de seis a doce años. Con maestras para ayudarlos a hacer las tareas. Raquel, su hija, se sentía a gusto ahí. Nada barato el beneficio ese. Con lo indispensable instaló su oficina en el comedor de su departamento.

Ilustración: Arturo Almanza [ii]

No había podido investigar gran cosa sobre Julián. El muchacho no llegaba a los veinte años, era hijo de una agente de bienes raíces. La mujer, por el nivel de gastos de su hijo, sospechaba. Viajes. Largas estancias en playas. Restoranes, de los más caros. Siempre lo invitaban, le explicaba a su madre.

—¿Qué estudia Julián?—, necesitó saber Jimena.

—Nada, trabaja—, respondió la agente.

—¿Dónde, qué hace?

—Dice que en la Alcaldía Cuauhtémoc, pero que su trabajo no es de estar en un asiento, que tiene que salir de la oficina.

Julián manejaba un Audi. Prestado, decía. El resto de los antecedentes del muchacho, la propia madre se los había dado a la detective.

—¿Qué es lo que teme, señora?

— Ay, licenciada, que esté metido en la venta de drogas, que me lo vayan a matar—la mujer se estrujó las manos. 

            Antes de verse confinada buena parte de la población, la madre de Julián le había anticipado a Jimena treinta y cinco mil pesos. Con ese dinero, la investigadora había estado viviendo. ¿Qué habría hecho su papá en un caso como el de Julián? Ni en la página de Facebook ni en la cuenta de Instagram del muchacho, Jimena encontró algo que la madre no le hubiera advertido. Las búsquedas en Google nada distinto aportaron. Subcontrató a un ingeniero de sistemas. Dizque retebuen jáquer y rastreador de información en internet. Él pidió cuatro mil pesos. Dos mil quinientos de entrada. Entregaría resultados en cinco días.

—Julián tiene cuenta de Twitter, pero no la usa—informó el ingeniero.

—¿Te tomó cinco días averiguar eso? ¿Neta?

—Dame otros dos días y sin falta sabrás todo.

El plazo se había cumplido la jornada previa. Jimena llamó a su investigador.

—He tenido mucho trabajo, pero dame chance, Jime, en dos o tres días más seguro te tengo información más amplia.

Puros corajes.             

A ver qué pretexto inventaba Jimena para justificar la falta de noticias a la madre de Julián, que había quedado de llamarla. Seguro no tardaría en hacerlo. Mientras cocinaba la merienda para el descanso de Raquel —quien ponía atención a ratos a las clases en línea— la detective repasó su agenda. Pedir una prórroga para el pago de la colegiatura. Comprar plastilina granulada y el libro que pidió la maestra. Ver qué podía suprimir de la lista del súper. Las tarjetas casi a su límite. Lavar la ropa. Sonó el timbre del Whats. ¿Me llamas o te llamo?

—¿Tienes algo nuevo y amplio?— Jimena llamó al jáquer.

—Creo que te voy a cobrar cinco mil pesos más por la información que voy a darte. El rorro del Audi administra un sitio de pornografía infantil. Le entra una lanotota. Usa Paypal y Vilmo. Ha de tener socios muy fuertes. Neta, no sé cómo le ha hecho para que alguien no lo haya denunciado. Mira, me depositas mi lana, te mando los archivos y ahí muere. Esto está muy cabrón, no quiero broncas. Al hilo de lo que decía el ingeniero, Jimena iba pergeñando. Le pediría a la mamá de Julián doscientos mil pesos más. Con eso resolvería un año de supervivencia y adiós a las deudas. Las razones: el caso de Julián era para la Procuraduría. Muchos delitos. Asociación  delictuosa, entre otros. Cárcel segura. Ver destruido el futuro de un hijo, la entendía. Callarse las dos. Caso cerrado por doscientos mil. Jimena también era madre, debía de pensar en su hija, protegerla, garantizarle un porvenir digno. Al fin y al cabo, la madre de Julián tenía a quién pedirle el dinero.

[i] Carmen Ros, escritora mexicana. Dra. en Letras modernas, docente e investigadora sobre temas de literatura y creación literaria. Autora de novela, cuento, crónicas, relatos, ensayo y textos periodísticos.

[i] Arturo Almanza es licenciado en comunicación visual e ilustrador gráfico.


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    8 comentarios en “ComadreAñade los tuyos →

    1. Me sumergí en la lectura, entré en el mundo de Jimena y saz de un golpe terminó la magia. Tengo que saber más, qué pasó? Quiero continuar leyendo

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